«Después de hablar con el Padre Rodríguez recién salido de La Cartuja, he pensado cuántas bendiciones del cielo atraerá para una diócesis ser hombre que así se sacrificara por ella. Un desprendimiento absoluto del mundo y de los hombres, para unirse a Dios en ¡perfecto holocausto de amor! ¡Y si esa víctima se ofrece por una diócesis…! ¡Yo pienso se hostia para mi diócesis! Un aislamiento que sea casi un destierro, me viene propicio, en esas circunstancias para la inmolación más completa, para llevar una vida de abandono…tener la formalidad de un cartujo. Tal vez nunca en mi vida se presentará otra ocasión para ese holocusto; tal vez a ese holocausto está unida la perfección y salvación de muchos sacerdotes y almas. Yo pido, Señor perdón por mis abusos pasados. Quiero aprender a vivir abandonado en tu providencia.»