EL SACRAMENTO DEL AMOR
Del Evangelio según San Juan. 17,1.24-28.
Jesús levantó los ojos al cielo, y dijo: «Padre, yo quiero que donde yo estoy estén también los que tú me has dado, para que contemplen mi gloria, la que tú me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo esté en ellos».
Esto lo dijo Jesús cuando acababa de instituir la Eucaristía, llamada el «Sacramento del Amor», porque en ella el amor de Cristo se desbordó hasta lo indecible, como nos dice el Concilio de Trento:
«Nuestro Salvador instituyó este Sacramento en el cual echó el resto de las riquezas de su divino amor para con los hombres, dejándonos un monumento de sus maravillas».
El Papa León XIII dirá por su cuenta: «La Santísima Eucaristía es el don divinísimo salido de lo más íntimo del Corazón del mismo Redentor, que quería esta estrechísima unión con los hombres».
Y comentará el Beato Federico Ozanam: «En la Eucaristía se consuma el supremo abrazo de Cristo con los hombres».
Estas expresiones no son algo que nos inventemos nosotros, sino que son nacidas de la Palabra de Dios. El Cuerpo de Cristo que aquí nos comemos es aquel del que dijo Jesús: «se entregará por ustedes» (Lucas 22,19).
Fue una entrega nacida del amor más hondo, como nos asegura San Pablo: «Cristo nos amó, y se ofreció a sí mismo a Dios en oblación y hostia de olor suavísimo» (Efesios 5,2)
Por eso atrae nuestros corazones al verlo en la cruz: «Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Juan 12,32)
Y porque se dio por amor, ahora cosecha amor. Pues, al dársenos además en comunión, establece una unión tan íntima entre Él y el comulgante, que los dos corazones se funden en uno solo: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Juan 6,57)
Así lo hacía el Señor, dice el Catecismo Romano, «para que en todo tiempo se cumpliese con toda verdad y propiedad aquel dicho:
mis delicias son estar con los hombres» (Proverbios 8,31).
Este amor entre Cristo y el que comulga se hace extensivo, necesariamente, hacia todos los miembros de la Iglesia. La Eucaristía es el lazo más fuerte entre todos nosotros, que, al comer un mismo pan, nos conjuntamos cada vez más como miembros los unos de los otros.
Nos lo recuerda el Papa León XIII: «He aquí lo que quiso Jesucristo cuando instituyó este augusto Sacramento: excitando el amor de Dios, quiso fomentar el mutuo amor entre los hombres». Es un
imposible en la Iglesia el comulgar y no amarnos los unos a los otros.
Fuente: Mi Hora Santa Eucarística, P. Pedro García, Misionero Claretiano.